Extracto del libro de Pinochet Boys
DEL LIBRO LOS PINOCHET BOYS (Chile 1984-1987)
Las guitarras están más dotadas de expresión que las palabras, que son viejas (poseen una historia), y por tanto hay motivos para desconfiar de ellas.
(…Alguien)
Por lo tanto, para nosotros no había drama, como lloraban los señores del charango lila y tampoco había ni el más mínimo motivo para pensar, “estamos bien y mañana mejor”, por el contrario, y con el patio planteado de esta manera, había muy poco que perder y según nosotros, mucho que ganar…
Existía un gran vacío que no intentábamos ni nos interesaba cubrir; y creo esta actitud ha sido probablemente la manera más lúcida de atravesar una década esquizofrénica, dividida por la manipulación ideológica.
Esto, por un lado; por otro, se hizo absolutamente necesario darle la espalda al desolador espectáculo que asomaba, todo era feo; las estolas de Lucía, las canciones de lo hippies, las corbatas de Maluenda, el discurso de los comunistas, el lavado de cerebro sistemático de los fachos, las frases de Merino, las torturas del Mamo, la iglesia, hasta el metro tan limpio y ordenado parecía una maqueta de mentira que en sus tripas digería los interrogatorios que nos hacían después que nos detenían, simplemente por “sospechosos”.
¿Cuantas veces nos intentaron linchar por llevar los pelos fucsia o aros en las orejas?, ya casi ni me acuerdo, pero fueron muchas; los de izquierda creían que éramos de derecha y los de derecha creían que éramos comunistas, para otros simplemente éramos maricones o “colipatos” y por ello debíamos pagar; así de limítrofe era el pensamiento de nuestros compatriotas; mientras para nosotros todo eso era fascismo, feo, retrógrado y aburrido a decir basta.
En Chile de esos años no había nada de nada y la desinformación era parte muy importante, si es que no era la más importante para garantizar la seguridad de todos los chilenos. Un estado de paranoia permanente que convenía fomentar y mantener a cualquier precio; “orden y patria; por la razón o la fuerza”.
A veces nos llegaban revistas por manos de alguien que tenía una hermana de la novia del primo del mejor amigo del cuñado de su tío que venía llegando de Europa; revistas de música, diseño o moda con imágenes e información de lo que estaba pasando más allá de la cordillera, también llegaba uno que otro video clip que por la TV no se podían ver porque eran demasiado subversivos; en fin, no había mucha información y la que recibíamos era de forma fragmentada.
Tuvimos mucha suerte de tener gente muy cercana a nosotros como mi tío Marcos Vergara, Felipe Raurich, Gonzalo Calor, e incluso algún fugaz paso de Martín Schopf; gente, amigos, que nos grababan muchos cassetes piratas de las últimas producciones musicales que salían en esos años; The Clash, Sex Pistols, XTC, Talking Heads, The cure, Joy Division, Pere Ubu, Gang of Four, B’52,
Kraftwerk, Cabaret Voltaire, Y.M.O., Depeche Mode, Foetus, Glaxo Babies, Wire y muchos más que ahora se me olvidan y que sonaban en nuestras fiestas; parecíamos esponjas absorbiéndolo todo, comiéndonos el mundo.
Solía pensar en relación a las nuevas bandas que conocía: “no hay que ser como ellos, hay que ser ellos”. Y así nos dijimos; yo también puedo subir a un escenario y decir lo que quiera y como quiera, todo era cuestión de actitud, la música será una consecuencia, “total esto no existe, lo estoy inventando yo, por lo tanto ¿Quién me va a decir que me he equivocado en alguna corchea?” No copiábamos, no nos interesaba y criticábamos a los que lo hacían, (el Rock Argentino nunca fue un referente para nosotros, salvo excepciones contadas con los dedos de una mano) interpretábamos libremente; nuestro discurso era simplemente la libertad de hacer lo que nos salía de más abajo de nuestros ombligos.
Bajo estas premisas, en el año 1984 mi hermano vendió el viejo Fiat 600 que tenía y compramos instrumentos; había llegado la hora de la acción. Fuimos a una tienda que estaba en un segundo piso en el centro de Santiago y el desafío era hacer rendir lo máximo posible el limitado presupuesto que manejábamos, pero sobre todo debíamos salir de allí con lo necesario para montar una banda. Como en esos días aún no teníamos baterista nos decidimos rápidamente por una “batería
programable” Korg, un sintetizador monofónico Roland SH101, que nos pareció lo más raro que habíamos visto y que hacía unos ruidos increíbles además que a través de un sistema de sincronía anterior al MIDI lo podíamos sincronizar con la batería lo que era muy novedoso e ideal para nuestros planes de no parecernos a nadie. Para sonar compramos un amplificador con tres entradas (Made in Chile) y por último, una vieja Guitarra eléctrica tipo Les Paul (el jurel tipo salmón era parte
importante de nuestra dieta por esos años). El Dani tenía un Bajo Gibson negro y su propio amplificador Fender, con lo cual ya éramos una banda que sonaba, ¿de qué forma?; eso se vería más adelante lo básico ya estaba, el resto era lo más fácil.
Yo venía llegando del sur, mi hermano ya vivía hace un año en Santiago y conoció a Daniel Puente en la Universidad; también conectó con mucha gente vinculada a las artes plásticas.
La química entre los tres funcionó desde el primer minuto, a pesar de que el Dani tenía un background musical muy diferente al nuestro, el era músico en toda regla y sus referentes venían del rock más clásico, pero tenía la cabeza y el espíritu tan abierto como el nuestro por lo que el dialogo fluyo rápidamente y la mezcla fue una bomba molotov.
Los primeros “ensayos” fueron en la habitación de Daniel en casa de sus padres y luego en la Villa Frei donde vivíamos el Vanchi, mi Madre y yo… luego en estos sitios la situación se tornó in sostenible, ya sea por la dulce música que llegaba a oídos de los vecinos y o familiares o porque simplemente necesitábamos mas espacio. La cosa es que la sala de ensayo se trasladó a la calle Domeyko donde mi hermano alquiló una casa junto a Yerko Yankovic, Verónica Astudillo, Bernardita Birkner, Andrés Ducci, Inés, Rodrigo Cabezas y Bruna Trufa; todos ellos venían de
la Escuela de Artes de la Católica, con lo que esta casa, así como también la de los Barnechea en calle Blanco Encalada no tardaron en convertirse en el epicentro de toda la movida, un verdadero hervidero de ideas y destino obligado de la fauna
más variada de Santiago. Fue en la casa de Domeyko donde inventamos los primeros temas, (soy generoso, los llamo temas) aunque nunca fue la vocación cerrar las ideas sino más bien siempre dejarlas abiertas para luego interpretarlas como salgan… era bastante free jazz en algún sentido, pero más que nada muy experimental, la Korg y el SH101 respondían de maravillas: eran bichos raros y sonaban muy distinto. Creo recordar que en esos días fuimos a grabar un tema a
la Universidad Arcis que estaba en la calle Pedro de Valdivia, era algo así como el examen de grado del amigo de no sé quién, pero era una excelente oportunidad ya que hasta nos filmarían… grabamos un tema llamado “Dinero” y era una secuencia sincronizada de la Korg y el SH101, mas unos ruidos y el bajo medio slap del Dani, era un tema bastante rítmico y con vocación dance.
Inventábamos letras o las sacábamos de viejas revistas de bricolaje como Mecánica Popular o de collage que hacíamos descontextualizando frases publicadas en los periódicos.
Luego el Dani nos presentó al Tan que era baterista y además tocaba muy bien; rápidamente se sumó a la banda y entre todos alquilamos una casa en la calle Santo Domingo, lo que significaba un avance considerable para el grupo, que ahora se parecía un poco más a lo que comúnmente se reconoce como banda de rock o algo así. Y fue en esta casa donde empezamos a tocar en vivo, antes de eso solo había mostrado algunos temas en nuestra sala de ensayo o en fiestas de amigos y eventos de amigos.
La primera vez que tocamos ante público y con el nombre PINOCHET BOYS escrito en un cartón con lápiz de pasta azul que colocamos estratégicamente encima de la tabla de planchar en donde apoyaba el teclado, fue para una obra de teatro tipo performance llamada “Medea, melodrama pop” dirigida por Vicente Ruiz, a la que llegamos más seducidos por las tetas de las actrices que nos visitaban a nuestra casa que por la obra en sí; la historia es que allí tocamos y nos dimos cuenta que
destacamos muchísimo más que la famosa “obra”; fue gracias a esta actuación que nos invitaron a tocar a un bar llamado “la cantina de la luna” que estaba enfrente del no menos polémico Campus Oriente de U. Católica.
Este era nuestro gran debut, el oficial se podría decir; pocos días antes de la tocata, Cristián Gutiérrez, un amigo que recitaba unos textos vestido de riguroso frac en un tema (“no quiero más pinganillas en las esquinas, que controlen mi vida…”) nos trajo de regalo una gorra original de Carabinero, ¡que mejor! En la foto del afiche y la foto más divulgada de la banda, sale el Daniel con la bendita gorra. Para el recital la llevaba puesta mi hermano Vanchi y esto, al parecer hirió muy
profundamente la susceptibilidad a unos fachos que más o menos al quinto tema y desde la calle (tocábamos en una terraza que una simple reja nos separaba de la calle) cobardemente nos tiraron unas bolsas de agua que de no ser por unos centímetros electrocutan a alguien.
Así termino nuestro debut; abruptamente y con el caos generalizado; esta tónica de gente ofendida, rostros atónitos, risas, gritos, peleas, caos, baile, risas nos acompañaría creo para siempre; nunca el público fue indiferente y siempre sucedía algo especial.
Era difícil tocar, había que pedir salvoconducto y cosas por el estilo, por lo cual muchas veces no podíamos poner nuestro nombre en los afiches. Así y todo, nada nos detenía y seguíamos adelante, recuerdo la tocata de la Casa Constitución, donde subimos al escenario un enorme tambor de hierro, esos para el petróleo o aceite lleno de botellas quebradas y otras por quebrar, esto más unas cadenas y las timbaletas del Vanchi componían el set de percusiones; yo con mi teclado, el Tan con su batería; Daniel y el Vanchi intercambiándose bajo y guitarra, también subió Jorge Gajardo con un saxo para algún tema y luego con un mechero iluminaba un manifiesto que el Tan leía con más rabia que otra cosa… todo degeneró cuando comenzamos a quebrar botellas sobre el escenario y las que no se quebraban salían disparadas hacia el público desde donde se devolvían al escenario y así sucesivamente… luego lo típico; apagón de luces, los Pacos, gritos, golpes, sangre, borrachos etc. etc.
Unos meses después vino el mítico 1er Festival Punk en el Sindicato de Taxistas de Ñuñoa, con Rafa Guiñez llegaba cada día a casa; nunca entró por la puerta, siempre por la ventana; vivíamos en el segundo piso de Herrera 506. Nuestro gato Zalo Antonio Satán, llevaba una cresta amarillo fosforescente hecha con esmalte sintético, lo que le causo una temprana calvicie en esa zona de la cabeza.
El coche de vidrios ahumado seguía estacionado en frente de casa.
Atrás había quedado el delirante verano en Tongoy y Tierra Amarilla; el verano de Luchito Peyote y la Contingencia Sicodélica, ese en que el camión cisterna cargado de mierda se incrusto contra el techo de la discoteca más cuica del balneario. Todo se había vuelto un poco surrealista, los psicotrópicos actuaban de maravillas, nosotros nos radicalizábamos aún más.
Las veladas de pisco y aguardiente se alargaban hasta la madruga da, el humo de la chilombiana cruzaba la calle y llegaba hasta la esquina de Compañía con Herrera.
Los niños del vecindario nos guardaban neumáticos viejos que robaban de sus casas para que nosotros montemos alguna que otra barricada en la calle en alguna oscura jornada de apagón y protesta. La casa estaba en ebullición, en una habitación había gente pintan do, en otra se hacía música, en otra se comentaban libros y fotos, la música no paraba…
El coche de vidrios ahumado seguía estacionado en frente de casa.
Luego vino el Cumpleaños del Rafa y la llegada de la policía irrumpiendo a patadas, gente huyendo por los techos… cuando comenzaron a disparar dentro de la casa, nos dimos cuenta que el asunto iba en serio. A patadas nos subieron a la furgoneta a patadas nos bajaron. Al Hugo lo aislaron.
Dos días después cuando volvimos a casa el espectáculo era desolador, estaba todo destruido… no había donde ir.
El gato con su espectacular look, seguía arriba del árbol de en frente aterrorizado…no lo podíamos bajar.
El coche de vidrios ahumado seguía estacionado en frente de casa.
Definitivamente, había que largarse.
El Tan se fué a São Paulo donde estaba estudiando Joana, su novia. Daniel partió a Buenos Aires; la idea era juntarnos allí y luego viajar a São Paulo para seguir tocando. Cruzamos la cordillera en autobús, el Vanchi, unos amigos y yo (creo éramos 5 personas) … Ya en la frontera el tema fue especial, entre que nos confundían con Soda Stereo, que por esos días empezaban a popularizarse en Chile, una vez mas no sabían cómo tomarnos, o que hacer con nosotros, nuestro pasaporte chileno (de marcado color rojo por esos años) no ayudaba mucho, yo era menor de edad y viajaba con una autorización firmada por mi padre que estaba muy doblada y a mal traer…
Por lo tanto y como siempre, lo más fácil: éramos sospechosos, con lo cual los correspondientes interrogatorios, revisiones, malos tratos y etc. Mientras todo el resto de los pasajeros impacientemente esperaban en el autobús. Con varias Horas de retraso llagamos a Mendoza, donde la rutina se repitió… Por fin ya en Buenos Aires, encantados con la ciudad y más aún con el hecho de poder caminar por la calle más tarde de las 23:00h… todo un lujo para nosotros!
Nos fuimos encontrando con un panorama que no era exactamente lo que imaginábamos; aquí los fachos también eran los punkies; casi no lo podíamos creer, pero ese “movimiento punk de postal” era de un sectarismo que nunca sospechamos, o llevabas chaqueta de cuero, te parecías a Sid Vicious y eras vegetariano o eras un “traidor al movimiento”, y como nosotros no teníamos plata para comprar chaquetas de cuero o gel del bueno para el pelo… otra vez no encajábamos allí; intentamos tocar, pero finalmente nos censuraron.
Desilusionados, después de más o menos un mes vagando por Capital Federal, decidimos adelantar viaje rumbo a São Paulo…
Última Parada: São Pulo, todos los pasajeros deben descender.
Ciertamente Brasil era otra cosa, mucho más anárquica, desprejuiciada y llena de vida, pero nuevamente nos vimos vinculados con el “Movimiento Punk”, nada más lejano a nuestras intenciones de libertad creativa y expresiva; esta vez los milicos
también eran nuestros contemporáneos y vestían como Los Exploited y estos además, eran mucho más violentos y radicales que sus colegas argentinos; pero así y todo logramos tocar. Aunque aquí “Los Pinochet Boys” sin su contexto fueron aún más incomprendidos; una vez más, los correspondientes interrogatorios, revisiones, malos tratos y etc.
La ciudad nos atrapó, conocimos gente muy buena, amigos por todas partes, amigos que viajaron, Gonzalo, Monse, Berni, el Luchito; otras bandas locales, Excomulgados, Cólera… dimos entrevistas, la TV. la radio, la prensa… recuerdos fragmentados como el “minuto de ruido” que hicimos fuera de la embajada chilena, con quema de bandera de Estados Unidos incluida, la gira en tren al interior de São Paulo, una Plaza con Yakarés, la última tocata en vivo, los Psicotrópicos, la USP (Ciudad universitaria de São Paulo), Los Isabel Sarly… las noticias de Chile; el encuentro con Isabel Allende (allí dudamos que ella realmente había escrito sus libros…) días de calor húmedo, cachaza, baceados… todo se empezó a diluir; cada uno buscó su camino. Creo que fueron 11 meses allí, el Vanchi que al parecer la tenía más clara fue el primero en volver… el resto fuimos regresando poco a poco, ya no juntos, cada uno como pudo o como quiso, era 1987 y los Pinochet Boys nunca más tocarían, ya no tenía sentido, estábamos más solos que nunca, los tiempos cambiaron; Chile aún no lo sé… Fade out.